El olivo procede de la zona situada entre el Pamir y Turquestán, desde donde, hace ya más de 5.000 años, se propagó por la cuenca mediterráneo y configuró algo más que los hábitos culinarios de la población autóctona, pues muchas regiones lo incluyeron en sus cultos religiosos. Sus ramas, sus frutos y también su aceite merecieron la consideración de símbolos de la vida, de la fertilidad y de la luz.
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